* Proyecto reconocido con Mención Honorífica en la VI Bienal de Fotografía 1993.
Fosa común (Rostros del más acá)
La obsesión de los fotógrafos por escrutar al sujeto humano mediante la cámara ha producido posiciones sumamente radicales
y opuestas. De cualquier forma, parece haber consenso en la idea de que el rostro humano es una fuente de información en la
que se sintetizan, a través del tiempo, los rasgos de la personalidad de un individuo; es de hecho un lugar común considerar que
en las líneas de la cara se resume la biografía de una persona y, como todo lugar común, este concepto encierra una gran
porción de verdad.
Mientras que el retrato es un género tan socorrido, el registro fotográfico de cadáveres por lo general se limita a la captación
de estos en determinadas circunstancias, como en el caso de la fotografía de guerra o en la documentación forense.
El proyecto Fosa común consiste en una serie de 25 retratos de cadáveres no identificados tomados en las ciudades de México y
Puebla. El trabajo remite a la realización de máscaras mortuorias o a la fotografía funeraria del siglo 19. Sin embargo, en este
caso el énfasis no está puesto en el tema de la muerte, sino en el rostro humano y en la reflexión en torno al retrato fotográfico.
Los rostros, aunque fotografiados horizontalmente, se presentan de manera vertical, lo que provoca cierta ambigüedad, ya que
algunos de ellos parecen estar vivos.
Acaso el aspecto más relevante del trabajo consiste en que, en las horas siguientes al fallecimiento de una persona, los
músculos faciales se relajan y el rictus se pierde, lo que en algunos casos provoca expresiones de gran placidez. Por otro lado,
estas imágenes presentan una cualidad que se desprende de la evidente ausencia de una de las características propias del
retrato: la reacción del sujeto fotografiado ante la cámara.
Así, en esencia, el elemento fotografiado es aquello que permanece en un rostro una vez que el sujeto ha perdido la voluntad
sobre él, habiéndose sobrepasado de esa manera todas las barreras sociales y psicológicas. No se trata, entonces, de un retrato
propiamente dicho, como un acto en el cual intervienen tanto el fotógrafo como el sujeto fotografiado y que frecuentemente se
desarrolla como una dialéctica de amo y esclavo donde uno ha de imponerse al otro. Se trata, en cambio, del registro fotográfico
de una máscara mortuoria, de un rostro que es la última expresión del más acá de la persona.
La finalidad de este proyecto es captar esta cualidad única de los rostros de cadáveres, rostros que dan lugar a verdaderas
imágenes del anonimato, facciones que tienen y manifiestan una historia, pero que carecen ya de dueño.
En otra lectura, el valor de un trabajo fotográfico como este se encuentra en función de su capacidad de reflejar la realidad en
que se produce. Los cadáveres no reclamados por familiares o seres cercanos constituyen precisamente un microcosmos en el
que la sociedad se ve retratada. Son, por así decirlo, la síntesis final de lo que nuestra sociedad produce y, en esta línea de
pensamiento, una fosa común podría ser considerada como el último reducto del abandono social.
y opuestas. De cualquier forma, parece haber consenso en la idea de que el rostro humano es una fuente de información en la
que se sintetizan, a través del tiempo, los rasgos de la personalidad de un individuo; es de hecho un lugar común considerar que
en las líneas de la cara se resume la biografía de una persona y, como todo lugar común, este concepto encierra una gran
porción de verdad.
Mientras que el retrato es un género tan socorrido, el registro fotográfico de cadáveres por lo general se limita a la captación
de estos en determinadas circunstancias, como en el caso de la fotografía de guerra o en la documentación forense.
El proyecto Fosa común consiste en una serie de 25 retratos de cadáveres no identificados tomados en las ciudades de México y
Puebla. El trabajo remite a la realización de máscaras mortuorias o a la fotografía funeraria del siglo 19. Sin embargo, en este
caso el énfasis no está puesto en el tema de la muerte, sino en el rostro humano y en la reflexión en torno al retrato fotográfico.
Los rostros, aunque fotografiados horizontalmente, se presentan de manera vertical, lo que provoca cierta ambigüedad, ya que
algunos de ellos parecen estar vivos.
Acaso el aspecto más relevante del trabajo consiste en que, en las horas siguientes al fallecimiento de una persona, los
músculos faciales se relajan y el rictus se pierde, lo que en algunos casos provoca expresiones de gran placidez. Por otro lado,
estas imágenes presentan una cualidad que se desprende de la evidente ausencia de una de las características propias del
retrato: la reacción del sujeto fotografiado ante la cámara.
Así, en esencia, el elemento fotografiado es aquello que permanece en un rostro una vez que el sujeto ha perdido la voluntad
sobre él, habiéndose sobrepasado de esa manera todas las barreras sociales y psicológicas. No se trata, entonces, de un retrato
propiamente dicho, como un acto en el cual intervienen tanto el fotógrafo como el sujeto fotografiado y que frecuentemente se
desarrolla como una dialéctica de amo y esclavo donde uno ha de imponerse al otro. Se trata, en cambio, del registro fotográfico
de una máscara mortuoria, de un rostro que es la última expresión del más acá de la persona.
La finalidad de este proyecto es captar esta cualidad única de los rostros de cadáveres, rostros que dan lugar a verdaderas
imágenes del anonimato, facciones que tienen y manifiestan una historia, pero que carecen ya de dueño.
En otra lectura, el valor de un trabajo fotográfico como este se encuentra en función de su capacidad de reflejar la realidad en
que se produce. Los cadáveres no reclamados por familiares o seres cercanos constituyen precisamente un microcosmos en el
que la sociedad se ve retratada. Son, por así decirlo, la síntesis final de lo que nuestra sociedad produce y, en esta línea de
pensamiento, una fosa común podría ser considerada como el último reducto del abandono social.