Geografías ocultas
El quirófano es un espacio vedado para las personas comunes, pertenece a los dominios del cirujano. Cuando el paciente entra
en él, es para ser inmediatamente sedado, privado de su conciencia. Experimenta, así, un paréntesis existencial: para él hay un
antes y un después de la intervención quirúrgica, no un durante. Se trata de un limbo donde el espacio y el tiempo quedan
suspendidos. Paradójicamente, para el paciente la estancia en el quirófano implica un momento de paz, de una paz transitoria e
inconsciente; de igual manera, supone para él un tiempo en el que se libera del dolor.
Para el médico, en cambio, el quirófano tiene implicaciones muy distintas. Es un espacio de trabajo, donde pueden presentarse
momentos decisivos que exijan de todos sus conocimientos y habilidades. Espacio de tensiones —frecuentemente relajadas por
bromas e ironías que para los oídos ajenos a ese ámbito seguramente resultarían crueles—, el objeto de actividad del cirujano es
un cuerpo vivo y, por lo tanto, imprevisible: por más rutinaria que sea una cirugía, la posibilidad de una complicación está
siempre en el horizonte.
La cámara es un objeto extraño en el espacio esterilizado del quirófano. Testigo silencioso, no participa, simplemente observa.
Pero en su afán de no ser solamente una observadora, sino una participante, Mariana Gruener se impuso a sí misma la
disciplina de acompañar al paciente y los médicos durante todo el proceso de las intervenciones quirúrgicas que registró para el
proyecto Geografías ocultas. Se propuso no entrar y salir, sino estar presente de principio a fin, entendiendo que de esta manera
las imágenes resultantes de esas extensas horas de trabajo no reflejarían encuentros casuales, sino verdaderos momentos de
excepción.
La concentración del médico, metaforizada, a su vez, por la concentración de la luz sobre el área del cuerpo intervenida, queda
plasmada en los claroscuros de Gruener, también concentrada en la producción de imágenes que más que documentar,
sugieren, y más que estetizar, abstraen lo esencial de un proceso.
Las geografías características del coto vedado que es el quirófano dejan de ser, de esta manera, ocultas, y se convierten en
geografías reveladas por la mirada de la artista que las hace, a la vez que comprensibles para el lego, sugerentes para el
especialista.
José Raúl Pérez, curador
en él, es para ser inmediatamente sedado, privado de su conciencia. Experimenta, así, un paréntesis existencial: para él hay un
antes y un después de la intervención quirúrgica, no un durante. Se trata de un limbo donde el espacio y el tiempo quedan
suspendidos. Paradójicamente, para el paciente la estancia en el quirófano implica un momento de paz, de una paz transitoria e
inconsciente; de igual manera, supone para él un tiempo en el que se libera del dolor.
Para el médico, en cambio, el quirófano tiene implicaciones muy distintas. Es un espacio de trabajo, donde pueden presentarse
momentos decisivos que exijan de todos sus conocimientos y habilidades. Espacio de tensiones —frecuentemente relajadas por
bromas e ironías que para los oídos ajenos a ese ámbito seguramente resultarían crueles—, el objeto de actividad del cirujano es
un cuerpo vivo y, por lo tanto, imprevisible: por más rutinaria que sea una cirugía, la posibilidad de una complicación está
siempre en el horizonte.
La cámara es un objeto extraño en el espacio esterilizado del quirófano. Testigo silencioso, no participa, simplemente observa.
Pero en su afán de no ser solamente una observadora, sino una participante, Mariana Gruener se impuso a sí misma la
disciplina de acompañar al paciente y los médicos durante todo el proceso de las intervenciones quirúrgicas que registró para el
proyecto Geografías ocultas. Se propuso no entrar y salir, sino estar presente de principio a fin, entendiendo que de esta manera
las imágenes resultantes de esas extensas horas de trabajo no reflejarían encuentros casuales, sino verdaderos momentos de
excepción.
La concentración del médico, metaforizada, a su vez, por la concentración de la luz sobre el área del cuerpo intervenida, queda
plasmada en los claroscuros de Gruener, también concentrada en la producción de imágenes que más que documentar,
sugieren, y más que estetizar, abstraen lo esencial de un proceso.
Las geografías características del coto vedado que es el quirófano dejan de ser, de esta manera, ocultas, y se convierten en
geografías reveladas por la mirada de la artista que las hace, a la vez que comprensibles para el lego, sugerentes para el
especialista.
José Raúl Pérez, curador