* Proyecto reconocido con el Premio de Adquisición en la VII Bienal de Fotografía 1995
y con el Primer Premio en el concurso El Amor / La Muerte,
convocado por el Centro Cultural Latinoamericano en Múnich, Alemania, en 1997.
y con el Primer Premio en el concurso El Amor / La Muerte,
convocado por el Centro Cultural Latinoamericano en Múnich, Alemania, en 1997.
Deriva en el Tarot
Establecer un orden o, por el contrario, formar parte de uno que ya existe y que espera, agazapado, para gritar y manifestar su
presencia rotunda, aplastante. Ignorar que cada acción que emprendes tiene implicaciones secretas: abres un libro, te arriesgas
con una desconocida, disparas tu cámara... y tu vida ya es otra.
Eso es vivir, por supuesto: propiciar que la rueda siga girando. La sorpresa viene en el momento en que, como en el Ajedrez de
Borges, crees que eres quien maneja el destino de tus piezas, cuando en realidad no eres sino la pieza de otro tablero, de otra
voluntad que te mantiene subyugado.
Eso es precisamente lo que quisiste hacer: establecer un orden, crear un mundo. El proyecto nació como tantos otros: una idea
que se convirtió en obsesión, la lectura de un libro, de otro, de otro... Y entonces un chispazo: la intuición de que los personajes
del Tarot siguen vivos, son actuales, y que por lo tanto es posible hacer una versión fotográfica de la baraja.
Sabías que los 22 Arcanos Mayores simbolizan un orden, el orden, el equilibrio cósmico, aquel que rige el mundo de lo ideal y
que está por encima de lo particular. Sabías también que quien se atreve a mezclar las cartas les infunde su propia situación,
reflejada en esa nueva secuencia.
En su momento, no entendiste que ese era el rito que habías iniciado. Como creador, estabas seguro de tu posición de dominio,
de control. Solo poco a poco empezaste a sospechar que tras la aparente inocencia de una acción que modificaba tus planes o
alteraba la secuencia de tomas que habías definido, se escondía aquel orden que no habías sido capaz de reconocer. Una
cancelación, un problema de última hora o el mal tiempo que te obligaba a posponer, se comenzaron a revelar como hechos
significantes.
El Diablo fue quien trajo la confirmación. Una carta que tenías visualizada desde el principio pero cuya toma se postergó
durante meses ya que no encontrabas una locación satisfactoria; el Diablo no era problema, solo tenías que llamarlo y vendría,
pero el lugar... Finalmente este se presentó. No era como lo habías imaginado, pero al verlo no tuviste dudas: "aquí es",
pensaste, como si se tratara del lugar de un crimen.
Todo se coordinó y estaba listo: los modelos, el lugar, el humo, las lámparas, una tarde soleada en la que no había más que
esperar la puesta del sol para empezar a trabajar... Sin embargo el Diablo no llegó, no era su momento. Fue necesario regresar a
casa con el malestar del tiempo perdido y la esperanza de hacer la toma el lunes siguiente.
Poco después, tu deambular te llevó a otra imagen: los Enamorados. El mercado de la Lagunilla se te abrió con sus miles de
posibilidades hasta que, en un momento, al doblar por un pasillo, lo sentiste una vez más: "aquí es". Al contrario de otras
ocasiones, todo se dio de manera muy fácil; no fueron necesarias las explicaciones, las justificaciones, las cartas de solicitud...
Ante el primer balbuceo tímido, "me gustaría hacer una foto aquí", la respuesta fue inmediata: "Claro que sí, no hay problema;
pero que sea el martes".
Más tarde, tu mente jugaba con las posibilidades: te habría gustado hacer los Enamorados el miércoles, ya que sería tu
cumpleaños y esa carta es la correspondencia astral de tu signo, Géminis. Sin embargo, el Diablo estaría ocupado el lunes, por
lo que la imagen habría de hacerse precisamente el miércoles. Asociación libre o proyección de tu propio inconsciente, en ese
momento te diste cuenta de que el orden no era arbitrario, que las cartas se te estaban imponiendo para narrar tu vida, que si el
cumplir 34 años para ti era completar un ciclo y decidirte a ese cambio al que no te atrevías, esa decisión y el conflicto que
estabas viviendo quedaban perfectamente simbolizados en la secuencia dictada por la baraja. Primero los Enamorados: el
deseo, el dilema, la decisión más importante, la opción entre la seguridad y el riesgo... Y entonces el Diablo como respuesta: la
tentación de ceder al instinto, la liberación de los poderes de la moral y el conocimiento, el abandono... Esa era la prefiguración
exacta de tu situación, de tu disyuntiva.
Fue entonces cuando entendiste que durante meses te habías estado tirando las cartas sin saberlo, que el orden de las tomas
obedecía a un arcano siniestro. Trataste de reconstruir la secuencia desde el principio, lo que solo lograste gracias a las
anotaciones, a veces sumamente vagas, en tu agenda. La lista de nombres no era muy elocuente: fue necesario que sacaras tu
mazo del Tarot de Marsella, esa antigua baraja con la cual te obsesionaste hace años, y dispusieras las cartas una tras otra para
darte cuenta de que esa historia era la tuya y que, inacabada como estaba, no tenías otra opción más que continuar hasta el
final, liquidar las cartas que aún tenías pendientes y someterte a los designios de ese orden probablemente funesto.
Y entonces dejarte ir en esa deriva voluntaria en la que hoy te encuentras. Renunciar al arrogante papel de demiurgo y ya no
provocar las situaciones, sino esperar a que se presenten. Cambiar el orden por el juego, un juego privado, ritual, ceremonioso,
cercano a la superstición. Saber que, una vez desencadenada la iniciativa, lo único que hace falta es observar y esperar a que los
personajes aparezcan. Saber que están ahí y que no es necesario crearlos: basta con encontrarlos. Y una vez producido el
encuentro, la foto está ya hecha, solo falta tomarla... Tomarla en su sentido más sustancial: apropiarla, atraparla, hacerla uno
mismo. Y entonces volver a la duda: ¿establecer un orden o ingresar en él; tomar, o ser tomado? Y reconocer que se trata de
eso: de ser tomado como una ciudad que, ante el acecho del destino, no puede más que rendir las murallas de su conciencia y
dejarse invadir por lo que ya es innegable, por la acometida insoslayable del subconsciente.
El orden está dado y ya nada puedes hacer ante la fatalidad. Tú mismo te has llevado a una secuencia que no puedes alterar
porque estarías traicionando tu propio código, tus propias reglas... Colocas las cartas una tras otra, lees y relees las entrelíneas
de tu biografía. La pared de una galería será la mesa donde estarán echadas las cartas. Acaso nadie, al verlas, imaginará en esa
extraña museografía tu involuntario autorretrato interior.
José Raúl Pérez
(Texto publicado en la revista Luna Córnea, número 10, Sep/Dic 1996.)
presencia rotunda, aplastante. Ignorar que cada acción que emprendes tiene implicaciones secretas: abres un libro, te arriesgas
con una desconocida, disparas tu cámara... y tu vida ya es otra.
Eso es vivir, por supuesto: propiciar que la rueda siga girando. La sorpresa viene en el momento en que, como en el Ajedrez de
Borges, crees que eres quien maneja el destino de tus piezas, cuando en realidad no eres sino la pieza de otro tablero, de otra
voluntad que te mantiene subyugado.
Eso es precisamente lo que quisiste hacer: establecer un orden, crear un mundo. El proyecto nació como tantos otros: una idea
que se convirtió en obsesión, la lectura de un libro, de otro, de otro... Y entonces un chispazo: la intuición de que los personajes
del Tarot siguen vivos, son actuales, y que por lo tanto es posible hacer una versión fotográfica de la baraja.
Sabías que los 22 Arcanos Mayores simbolizan un orden, el orden, el equilibrio cósmico, aquel que rige el mundo de lo ideal y
que está por encima de lo particular. Sabías también que quien se atreve a mezclar las cartas les infunde su propia situación,
reflejada en esa nueva secuencia.
En su momento, no entendiste que ese era el rito que habías iniciado. Como creador, estabas seguro de tu posición de dominio,
de control. Solo poco a poco empezaste a sospechar que tras la aparente inocencia de una acción que modificaba tus planes o
alteraba la secuencia de tomas que habías definido, se escondía aquel orden que no habías sido capaz de reconocer. Una
cancelación, un problema de última hora o el mal tiempo que te obligaba a posponer, se comenzaron a revelar como hechos
significantes.
El Diablo fue quien trajo la confirmación. Una carta que tenías visualizada desde el principio pero cuya toma se postergó
durante meses ya que no encontrabas una locación satisfactoria; el Diablo no era problema, solo tenías que llamarlo y vendría,
pero el lugar... Finalmente este se presentó. No era como lo habías imaginado, pero al verlo no tuviste dudas: "aquí es",
pensaste, como si se tratara del lugar de un crimen.
Todo se coordinó y estaba listo: los modelos, el lugar, el humo, las lámparas, una tarde soleada en la que no había más que
esperar la puesta del sol para empezar a trabajar... Sin embargo el Diablo no llegó, no era su momento. Fue necesario regresar a
casa con el malestar del tiempo perdido y la esperanza de hacer la toma el lunes siguiente.
Poco después, tu deambular te llevó a otra imagen: los Enamorados. El mercado de la Lagunilla se te abrió con sus miles de
posibilidades hasta que, en un momento, al doblar por un pasillo, lo sentiste una vez más: "aquí es". Al contrario de otras
ocasiones, todo se dio de manera muy fácil; no fueron necesarias las explicaciones, las justificaciones, las cartas de solicitud...
Ante el primer balbuceo tímido, "me gustaría hacer una foto aquí", la respuesta fue inmediata: "Claro que sí, no hay problema;
pero que sea el martes".
Más tarde, tu mente jugaba con las posibilidades: te habría gustado hacer los Enamorados el miércoles, ya que sería tu
cumpleaños y esa carta es la correspondencia astral de tu signo, Géminis. Sin embargo, el Diablo estaría ocupado el lunes, por
lo que la imagen habría de hacerse precisamente el miércoles. Asociación libre o proyección de tu propio inconsciente, en ese
momento te diste cuenta de que el orden no era arbitrario, que las cartas se te estaban imponiendo para narrar tu vida, que si el
cumplir 34 años para ti era completar un ciclo y decidirte a ese cambio al que no te atrevías, esa decisión y el conflicto que
estabas viviendo quedaban perfectamente simbolizados en la secuencia dictada por la baraja. Primero los Enamorados: el
deseo, el dilema, la decisión más importante, la opción entre la seguridad y el riesgo... Y entonces el Diablo como respuesta: la
tentación de ceder al instinto, la liberación de los poderes de la moral y el conocimiento, el abandono... Esa era la prefiguración
exacta de tu situación, de tu disyuntiva.
Fue entonces cuando entendiste que durante meses te habías estado tirando las cartas sin saberlo, que el orden de las tomas
obedecía a un arcano siniestro. Trataste de reconstruir la secuencia desde el principio, lo que solo lograste gracias a las
anotaciones, a veces sumamente vagas, en tu agenda. La lista de nombres no era muy elocuente: fue necesario que sacaras tu
mazo del Tarot de Marsella, esa antigua baraja con la cual te obsesionaste hace años, y dispusieras las cartas una tras otra para
darte cuenta de que esa historia era la tuya y que, inacabada como estaba, no tenías otra opción más que continuar hasta el
final, liquidar las cartas que aún tenías pendientes y someterte a los designios de ese orden probablemente funesto.
Y entonces dejarte ir en esa deriva voluntaria en la que hoy te encuentras. Renunciar al arrogante papel de demiurgo y ya no
provocar las situaciones, sino esperar a que se presenten. Cambiar el orden por el juego, un juego privado, ritual, ceremonioso,
cercano a la superstición. Saber que, una vez desencadenada la iniciativa, lo único que hace falta es observar y esperar a que los
personajes aparezcan. Saber que están ahí y que no es necesario crearlos: basta con encontrarlos. Y una vez producido el
encuentro, la foto está ya hecha, solo falta tomarla... Tomarla en su sentido más sustancial: apropiarla, atraparla, hacerla uno
mismo. Y entonces volver a la duda: ¿establecer un orden o ingresar en él; tomar, o ser tomado? Y reconocer que se trata de
eso: de ser tomado como una ciudad que, ante el acecho del destino, no puede más que rendir las murallas de su conciencia y
dejarse invadir por lo que ya es innegable, por la acometida insoslayable del subconsciente.
El orden está dado y ya nada puedes hacer ante la fatalidad. Tú mismo te has llevado a una secuencia que no puedes alterar
porque estarías traicionando tu propio código, tus propias reglas... Colocas las cartas una tras otra, lees y relees las entrelíneas
de tu biografía. La pared de una galería será la mesa donde estarán echadas las cartas. Acaso nadie, al verlas, imaginará en esa
extraña museografía tu involuntario autorretrato interior.
José Raúl Pérez
(Texto publicado en la revista Luna Córnea, número 10, Sep/Dic 1996.)