Testimonio de una curación, 20 años
A dos décadas de su premiación en la VI Bienal de Fotografía, el Palacio de la Escuela de Medicina presenta este proyecto de
autorretratos en el que Gilberto Chen Charpentier (México, 1954) plasma el periplo que vivió al enfrentar y superar el cáncer.
El tiempo transcurrido desde entonces le da una nueva vigencia y obliga a la reflexión, al convertir el Testimonio de una curación
en el Testimonio de un sobreviviente:
La fotografía exorciza, saca demonios, limpia almas, nos confronta con experiencias difíciles, duras, con un pasado que es
importante recordar sin idealizar, sin olvidar. Recordar para aprender, crecer, ayudar...
En mayo de 1991 comencé a sentir dolores en el brazo derecho y en el pecho, dolores que empezaban en la mañana y se
disipaban durante el día, pero que no desaparecían con el transcurso del tiempo. Pensé que eran ocasionados por el estrés y
así empezó la danza con los doctores y los laboratorios médicos. El diagnóstico estaba dado: tenía un seminoma mediastinal.
Cáncer.
Así enfrenté una de las experiencias más fuertes de mi vida y sentí la necesidad de documentarla. En un principio no sabía qué
hacer con este material, pero estaba seguro que algún día podría trabajarlo y hacer una serie fotográfica que transmitiera mi
sentir.
El trabajo no es documental, quiero pensar que es un trabajo emocional, interno, que tiene el poder y la fuerza para transmitir
mis sentimientos. Me llevó dos años desarrollarlo. Poco a poco lo fui pensando, apoyándome en la forma en que iba asimilando
los cambios tanto físicos como mentales. La toma fotográfica abarcó dos meses, el mismo tiempo que duró el tratamiento de
quimioterapia. Durante ese tiempo fue muy importante ver cómo los análisis clínicos iban marcando una mejoría, elevando así
mi estado de ánimo, que a veces era sumamente depresivo.
Las fotografías tenían que ser autorretratos, era la única manera de que mis sentimientos y sensaciones salieran de lo más
profundo. Logré una profundidad al manejar una relación directa con la cámara, al ser el fotógrafo y el fotografiado, al
encontrar encuadres internamente escogidos y manejados, algunos fallidos y otros muy evocativos. Evité la posible frialdad
del encuadre perfecto, dejé que el disparo llegara por intuición, lo que fue algo nuevo para mí.
Me permití transgredir muchas reglas de la fotografía tradicionalista que venía realizando. Las fotos podrían tener ralladuras,
estar movidas o desenfocadas. Utilizaría también el montaje, ya fuera con radiografías, tomografías, con fotos rotas o cualquier
otra posibilidad, siempre y cuando transmitieran un sentimiento mío con honestidad. Algunas piezas se volvieron únicas, no
repetibles, debido a la forma en que fueron realizadas dentro del cuarto oscuro o en la mesa de montaje, buscando lo fortuito.
Tenía muy poca energía. Sentía las repercusiones de los químicos extraños dentro de mi cuerpo, acabando con todo. Me era
muy importante captar las transformaciones que iba sufriendo, como la caída de pelo, la fuerte baja de peso, el endurecimiento
de la expresión y de las venas, la cicatriz de la biopsia. Cambios que marcarían mi cuerpo para siempre. Y mi mente también.
Así es como pude tener una mirada a lo profundo de mi cuerpo. Trabajar en este proyecto me ayudó a derrotar la depresión.
Logré una especie de escudo, una protección, un exorcismo que me ha servido para tener una actitud más positiva con respecto
a la enfermedad, verla desde otro punto de vista y así poder curarme más rápido.
Gilberto Chen Charpentier, 1993
autorretratos en el que Gilberto Chen Charpentier (México, 1954) plasma el periplo que vivió al enfrentar y superar el cáncer.
El tiempo transcurrido desde entonces le da una nueva vigencia y obliga a la reflexión, al convertir el Testimonio de una curación
en el Testimonio de un sobreviviente:
La fotografía exorciza, saca demonios, limpia almas, nos confronta con experiencias difíciles, duras, con un pasado que es
importante recordar sin idealizar, sin olvidar. Recordar para aprender, crecer, ayudar...
En mayo de 1991 comencé a sentir dolores en el brazo derecho y en el pecho, dolores que empezaban en la mañana y se
disipaban durante el día, pero que no desaparecían con el transcurso del tiempo. Pensé que eran ocasionados por el estrés y
así empezó la danza con los doctores y los laboratorios médicos. El diagnóstico estaba dado: tenía un seminoma mediastinal.
Cáncer.
Así enfrenté una de las experiencias más fuertes de mi vida y sentí la necesidad de documentarla. En un principio no sabía qué
hacer con este material, pero estaba seguro que algún día podría trabajarlo y hacer una serie fotográfica que transmitiera mi
sentir.
El trabajo no es documental, quiero pensar que es un trabajo emocional, interno, que tiene el poder y la fuerza para transmitir
mis sentimientos. Me llevó dos años desarrollarlo. Poco a poco lo fui pensando, apoyándome en la forma en que iba asimilando
los cambios tanto físicos como mentales. La toma fotográfica abarcó dos meses, el mismo tiempo que duró el tratamiento de
quimioterapia. Durante ese tiempo fue muy importante ver cómo los análisis clínicos iban marcando una mejoría, elevando así
mi estado de ánimo, que a veces era sumamente depresivo.
Las fotografías tenían que ser autorretratos, era la única manera de que mis sentimientos y sensaciones salieran de lo más
profundo. Logré una profundidad al manejar una relación directa con la cámara, al ser el fotógrafo y el fotografiado, al
encontrar encuadres internamente escogidos y manejados, algunos fallidos y otros muy evocativos. Evité la posible frialdad
del encuadre perfecto, dejé que el disparo llegara por intuición, lo que fue algo nuevo para mí.
Me permití transgredir muchas reglas de la fotografía tradicionalista que venía realizando. Las fotos podrían tener ralladuras,
estar movidas o desenfocadas. Utilizaría también el montaje, ya fuera con radiografías, tomografías, con fotos rotas o cualquier
otra posibilidad, siempre y cuando transmitieran un sentimiento mío con honestidad. Algunas piezas se volvieron únicas, no
repetibles, debido a la forma en que fueron realizadas dentro del cuarto oscuro o en la mesa de montaje, buscando lo fortuito.
Tenía muy poca energía. Sentía las repercusiones de los químicos extraños dentro de mi cuerpo, acabando con todo. Me era
muy importante captar las transformaciones que iba sufriendo, como la caída de pelo, la fuerte baja de peso, el endurecimiento
de la expresión y de las venas, la cicatriz de la biopsia. Cambios que marcarían mi cuerpo para siempre. Y mi mente también.
Así es como pude tener una mirada a lo profundo de mi cuerpo. Trabajar en este proyecto me ayudó a derrotar la depresión.
Logré una especie de escudo, una protección, un exorcismo que me ha servido para tener una actitud más positiva con respecto
a la enfermedad, verla desde otro punto de vista y así poder curarme más rápido.
Gilberto Chen Charpentier, 1993