Imago mortis: de cuerpo presente
La fotografía registra y transfoma. Estos términos, aparentemente antagónicos, están en su base, forman parte de su
naturaleza. El debate histórico en torno a este medio de expresión ha tendido a privilegiar uno u otro en función de las teorías a
la moda. Hoy, por supuesto, la balanza se carga del lado de la transformación debido a la vulgarización de las prácticas de
retoque de la fotografía digital.
Sin embargo, hace ya muchas décadas que los especialistas aceptan que la objetividad fotográfica no es posible. De hecho, en
ocasiones, como en este proyecto, se presenta una paradoja: la máxima objetividad es capaz de producir el máximo
extrañamiento. Si aceptamos que el registro filtrado por el uso de códigos es una transformación, obtenemos como resultado
que la dicotomía desaparece. En ese punto la representación se vuelve, en palabras de autores como Virilio y Baudrillard, “más
real que la realidad misma”.
Los objetos representados aquí, forman parte de la colección del Museo de la Medicina Mexicana. Se trata de objetos
didácticos de los siglos 19 y 20, algunos de ellos parten del uso de huesos humanos a los que se adicionan elementos sintéticos
para lograr una representación que intenta ser lo más objetiva posible. En el caso más extremo, la búsqueda de realismo lleva
al uso de cuerpos humanos transformados, convertidos en objetos para hacer tolerable su utilización con un fin noble, para
hacer una contribución educativa en aras de la ciencia.
En este último caso, el proceso es inverso al descrito más arriba, esto es: el cuerpo, como objeto de estudio, tiene que hacerse
artificial –menos real que la realidad misma– para que su uso en el ámbito científico sea éticamente admisible .
El arte registra, pero, sobre todo, transforma. Imago mortis: de cuerpo presente introduce una vuelta de tuerca más en este juego
de representaciones: fotografías de registro, objetivas, son presentadas de manera que causan un extrañamiento respecto del
objeto original. El extrañamiento provoca la re-visión y, al repasar la imagen, el ojo encuentra cada vez nuevos detalles en los
cuales detenerse.
Es el juego del caleidoscopio, que no para de girar.
naturaleza. El debate histórico en torno a este medio de expresión ha tendido a privilegiar uno u otro en función de las teorías a
la moda. Hoy, por supuesto, la balanza se carga del lado de la transformación debido a la vulgarización de las prácticas de
retoque de la fotografía digital.
Sin embargo, hace ya muchas décadas que los especialistas aceptan que la objetividad fotográfica no es posible. De hecho, en
ocasiones, como en este proyecto, se presenta una paradoja: la máxima objetividad es capaz de producir el máximo
extrañamiento. Si aceptamos que el registro filtrado por el uso de códigos es una transformación, obtenemos como resultado
que la dicotomía desaparece. En ese punto la representación se vuelve, en palabras de autores como Virilio y Baudrillard, “más
real que la realidad misma”.
Los objetos representados aquí, forman parte de la colección del Museo de la Medicina Mexicana. Se trata de objetos
didácticos de los siglos 19 y 20, algunos de ellos parten del uso de huesos humanos a los que se adicionan elementos sintéticos
para lograr una representación que intenta ser lo más objetiva posible. En el caso más extremo, la búsqueda de realismo lleva
al uso de cuerpos humanos transformados, convertidos en objetos para hacer tolerable su utilización con un fin noble, para
hacer una contribución educativa en aras de la ciencia.
En este último caso, el proceso es inverso al descrito más arriba, esto es: el cuerpo, como objeto de estudio, tiene que hacerse
artificial –menos real que la realidad misma– para que su uso en el ámbito científico sea éticamente admisible .
El arte registra, pero, sobre todo, transforma. Imago mortis: de cuerpo presente introduce una vuelta de tuerca más en este juego
de representaciones: fotografías de registro, objetivas, son presentadas de manera que causan un extrañamiento respecto del
objeto original. El extrañamiento provoca la re-visión y, al repasar la imagen, el ojo encuentra cada vez nuevos detalles en los
cuales detenerse.
Es el juego del caleidoscopio, que no para de girar.