La ida
Ir hacia arriba no es nada más
que un poco más corto o un poco
más largo que ir hacia abajo
…
He equivocado todo o casi todo,
menos el centro.
Roberto Juarroz
que un poco más corto o un poco
más largo que ir hacia abajo
…
He equivocado todo o casi todo,
menos el centro.
Roberto Juarroz
La ida. ¿A dónde? No lo sabemos. De lo único que podemos estar ciertos es que, durante el camino, contaremos inevitablemente
con la compañía de nuestro cuerpo. En palabras de Olabuenaga, “el propio cuerpo es el origen y fin de esa experiencia breve,
pero intensa, a la que llamamos vida”.
A partir de su propia vivencia de la enfermedad y la hospitalización, la artista inició un proceso reflexivo que desembocó en una
propuesta creativa: “Si bien pareciera que todo problema de salud y la consecuente hospitalización pueden ser tomados como
experiencias traumáticas o negativas, en mi caso fueron muy positivas y liberadoras en el sentido físico, evidentemente, pero
sobre todo, en el sentido espiritual”.
No es un accidente que las piezas de esta exposición sean símbolos de verticalidad, ya que un axis mundi es ese eje, constante
en diversas tradiciones mitológicas y religiosas, que desde el ámbito terrenal conecta el submundo –el origen– con el cielo –la
trascendencia–.
A través del axis mundi, para cada uno de nosotros nuestro propio cuerpo vertical, vivo, efectuamos ese viaje, esa ida en la que
en ocasiones ascendemos y, en otras, descendemos. El cuerpo deviene centro cósmico, espacio de tránsito que permite la
vinculación con lo alto y lo bajo. Es nuestro lugar de tránsito hacia la muerte, último destino, tal vez último origen.
Cuerpo-casa-cosmos, diríamos parafraseando a Mircea Eliade, quien afirma: “la experiencia mística fundamental, es decir, la
superación de la condición humana, se expresa por una doble imagen: la ruptura del techo y el vuelo por los aires”. Para el autor,
la experiencia del vuelo es la del “paso de un modo de ser al otro o, más exactamente, el tránsito de la existencia condicionada a
un modo de ser no-condicionado, es decir, de perfecta libertad”.
¿No es esta experiencia mística, acaso, lo que la creación artística intenta emular, la forma en que el artista evade la apatía del
hombre moderno, a-cósmico? Ante la desazón de la enfermedad, Olabuenaga produce, entre otras cosas, para no perder su
centro. El cuerpo es capaz de corromperse, pero también puede reconstituirse. Las 27 columnas que conforman este proyecto
son, así, los pilares que sostienen el cuerpo-templo y simbolizan el paso a un modo de ser paradójico.
José Raúl Pérez, curador
con la compañía de nuestro cuerpo. En palabras de Olabuenaga, “el propio cuerpo es el origen y fin de esa experiencia breve,
pero intensa, a la que llamamos vida”.
A partir de su propia vivencia de la enfermedad y la hospitalización, la artista inició un proceso reflexivo que desembocó en una
propuesta creativa: “Si bien pareciera que todo problema de salud y la consecuente hospitalización pueden ser tomados como
experiencias traumáticas o negativas, en mi caso fueron muy positivas y liberadoras en el sentido físico, evidentemente, pero
sobre todo, en el sentido espiritual”.
No es un accidente que las piezas de esta exposición sean símbolos de verticalidad, ya que un axis mundi es ese eje, constante
en diversas tradiciones mitológicas y religiosas, que desde el ámbito terrenal conecta el submundo –el origen– con el cielo –la
trascendencia–.
A través del axis mundi, para cada uno de nosotros nuestro propio cuerpo vertical, vivo, efectuamos ese viaje, esa ida en la que
en ocasiones ascendemos y, en otras, descendemos. El cuerpo deviene centro cósmico, espacio de tránsito que permite la
vinculación con lo alto y lo bajo. Es nuestro lugar de tránsito hacia la muerte, último destino, tal vez último origen.
Cuerpo-casa-cosmos, diríamos parafraseando a Mircea Eliade, quien afirma: “la experiencia mística fundamental, es decir, la
superación de la condición humana, se expresa por una doble imagen: la ruptura del techo y el vuelo por los aires”. Para el autor,
la experiencia del vuelo es la del “paso de un modo de ser al otro o, más exactamente, el tránsito de la existencia condicionada a
un modo de ser no-condicionado, es decir, de perfecta libertad”.
¿No es esta experiencia mística, acaso, lo que la creación artística intenta emular, la forma en que el artista evade la apatía del
hombre moderno, a-cósmico? Ante la desazón de la enfermedad, Olabuenaga produce, entre otras cosas, para no perder su
centro. El cuerpo es capaz de corromperse, pero también puede reconstituirse. Las 27 columnas que conforman este proyecto
son, así, los pilares que sostienen el cuerpo-templo y simbolizan el paso a un modo de ser paradójico.
José Raúl Pérez, curador